martes, 21 de abril de 2009

Sin título


El sol brillaba tan oscura e intensamente, como lo hace en un crepúsculo. Aquel hermoso y resplandeciente angel de ojos negros, que constantemente aparecía en mis sueños, dandoles a estos una luminosa incertidumbre, estaba allí. De pronto el angel me tomó de la mano, y sin mencionar una sola palabra. Pasamos por enormes areas llenas del más verde pasto, y el agua más cristalina, que incluso no quería tocarla, por temor a ensuciarla con mi insensatez. En la otra esquina de aquel lúcido escenario, pude contemplar la luna, brillante como lo es en las noches que más te extraño, en su face llena, y llena de blancas estrellas. Todo era tan extraño, en una forma agradable. No había nada que temer, nada de que preocuparse.

(Basado en Pyramid Song de Radiohead)

Autor: Alfonso Tamayo
Fotografía: Omar Serrano

domingo, 19 de abril de 2009

Para mi horizonte

Eres como un horizonte.
Puedo contemplar tu belleza
pero no puedo alcanzarte.

Percibo la resonancia de las palabras insonoras
que provienen de tus labios de sal.
Sal que no soy digno de probar.

Confundo el brillo de tus ojos, con el resplandor del sol,
y en tu cabello me encantaría residir
como en las olas del templado mar.

Eres tú mi inalcanzable horizonte.


Autor: Alfonso Tamayo
Fotografía: Betsabé G. (deviantArt)

domingo, 5 de abril de 2009

Vacío

Escribí muchos poemas y monólogos acerca de ti, mi inalcanzable horizonte.

El café ya no era amargo, su frialdad entraba por mi garganta que apenas lograba distinguir entre aquel mal sabor y el nudo en ella. La luz de aquella lámpara, fatigada de acompañarme toda la noche, me persuadía para irme a dormir, y soñar de nuevo contigo. Sin embargo, el insomnio era aun más fuerte. El constante sonido de los invisibles lamentos del violín, que surgían de la caja de música, y las palabras que escribía rugían por tan lastimera distancia entre nosotros. Llamaba tu nombre tanto como podían mis pensamientos, y me preguntaba qué andarías haciendo, aunque bien sé que nadie te estará amando como yo a ti.

Autor: Alfonso Tamayo
Fotografía: Omar Serrano (flickr)

jueves, 2 de abril de 2009

La despedida

Mientras el melancólico crepúsculo del atardecer me bañaba en su nostalgia, aquel cigarro se fundía en mis pensamientos. Allí estabas tú, resplandeciendo como naturalmente lo haces. Estaba tan enfocado en tus ojos, en tu alma, que olvide por completo aquellas palabras de advertencia, acerca de tu despedida. Recorrimos aquella zona llena de edificios, y todo parecía tan insignificante junto a ti. Recuerdo que sonreíste, y aquella maravillosa sonrisa me alegro tanto, que olvidé aun más aquello de tu partida.
De pronto llegamos a la estación de tren, pero yo, con alguna especie de amnesia, no me di cuenta que te había acompañado a despedirte. Jamás olvidaré mi propia cara, de angustia y arrepentimiento. Aquel arrepentimiento por no tener valor y fuerza suficiente. Valor para pedirte que te quedaras, y fuerza para soportar tu partida.
Ya era muy tarde, cuando mi consciente receptó aquellas lacerantes palabras que decían que era momento de marcharse, y que no sabías cuando nos volveríamos a ver. Sin embargo, aun me sentía confundido, y mientras veía como subías al tren para marcharte. Aquel tren partió, y sentí como el silencio y la tristeza, me atraparon, sin nada que decir, sólo una gota de pensamientos surgió de mí.


Autor: Alfonso Tamayo
Fotografía: Omar Serrano (flickr)

miércoles, 1 de abril de 2009

El árbol mágico

Mientras caminaba por aquella hermosa villa, que unía a las distancias, iba acompañado por tres personas. Una de las personas, se despidió de nosotros, diciendo que en una de esas distancias, se encontraba su hogar. Seguimos caminando, por el lugar lleno de piedras acomodadas en un armonioso orden, pasto, y otras hermosas hiervas. La noche comenzaba a cobijarnos, con su sueño y su paradoja paralela, de la que algunos en ocasiones disfrutamos.

Otra de las personas, nos pidió que nos detuviéramos un momento, para entrar a una pequeña choza que había en medio de aquel profundo camino. Seguimos a aquella persona, y pude escuchar que pidió un vaso con agua, pero yo sugerí que aquel vaso fuera mezclado con hierbas medicinales, pero la persona, apenada por la sugerencia, decidió que era mejor seguir el camino.

Al fin nos detuvimos, en un gran y verde árbol, que me recordaba a aquellos textos protagonizados por hadas y luciérnagas. Nos recostamos en el árbol, para observar el cielo lleno de estrellas, que estas parecía que creaban una sola, y era tan relajante, que me olvide por un momento de todo. Más tarde, recordé que había algo de lo cual angustiarse, y aquella profunda tranquilidad se desvaneció, pero creo que algún día volveré a ese hermoso árbol.


Autor: Alfonso Tamayo
Fotografía: Betsabé G. (deviantArt)