
El café ya no era amargo, su frialdad entraba por mi garganta que apenas lograba distinguir entre aquel mal sabor y el nudo en ella. La luz de aquella lámpara, fatigada de acompañarme toda la noche, me persuadía para irme a dormir, y soñar de nuevo contigo. Sin embargo, el insomnio era aun más fuerte. El constante sonido de los invisibles lamentos del violín, que surgían de la caja de música, y las palabras que escribía rugían por tan lastimera distancia entre nosotros. Llamaba tu nombre tanto como podían mis pensamientos, y me preguntaba qué andarías haciendo, aunque bien sé que nadie te estará amando como yo a ti.
Autor: Alfonso Tamayo
Fotografía: Omar Serrano (flickr)
2 comentarios:
Romantico de corazón!!
muy inspirado, todo sea por los poetas amargados :)
Publicar un comentario